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La primera etapa de la industrialización alemana comienza en 1835, con la construcción de los ferrocarriles alemanes
como punto de partida. Al mismo tiempo, las barreras aduaneras entre los estados alemanes se suprimen, lo
que supone la creación de un amplio mercado interior alemán y,
por ello, un poderoso incentivo para el crecimiento de las nuevas industrias, como la ingeniería y la fundición de hierro.
Por otra parte, la industria textil alemana, y en especial el tratamiento mecanizado del algodón, comienza a crecer rápidamente.
Con los métodos tradicionales de procesamiento, tales como la exposición de hilo o algodón a la luz solar, se consume demasiado tiempo y necesitan ser reemplazados por métodos más rápidos y más eficientes. Este impulso a la modernización proporciona el
empuje al desarrollo de la industria química, que está en ciernes. El cloro es la palabra de moda
en esos días. Enormes cantidades de productos químicos inorgánicos, tales como ácido sulfúrico, carbonato de sodio y cal clorada, se necesitan para el procesamiento y blanqueo
en la manufactura textil.
La ceniza de sosa ha ayudado a Gran Bretaña a construir el
sector de la industria textil más productivo y mejorar en mucho la industria del vidrio.
Por medio de la sosa, el jabón se puede fabricar más barato. El
jabón, que todavía era un lujo, pasa de pronto a ser un producto básico. Gracias a la mejora de la higiene, la incidencia de las enfermedades infecciosas declina rápidamente y
se duplica el promedio de la esperanza de vida; así de sencillo.
Entonces tenemos que la ceniza de sosa se convierte en un objeto importante del comercio mundial.
Pero la industria textil necesita también colorantes.
Los tintes naturales existentes ya no pueden satisfacer la creciente demanda. Justus von Liebig
lidera una segunda etapa de crecimiento de la industria química. En sus
Cartas Químicas, escritas en 1844, hace la
audaz predicción de que pronto será descubierto un método para hacer colorantes brillantes
o drogas a partir del alquitrán de hulla. Los científicos están ocupados buscando una manera de sintetizar la quinina. Estos esfuerzos se ven
impelidos por las llamadas del médico Rudolf Virchow, de Berlín,
para mejorar la atención médica.
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