Las pieles presentan irregularidades
o defectos generalmente producidos por causas muy diferentes, incluso dentro
de una misma piel, y aún más variados motivos cuando se trata
de pieles de distintas razas. La piel ovina, por ejemplo, varía
sensiblemente sus características de unos países a otros,
según la procedencia de la res.
La primera cuestión a aclarar
es si estas irregularidades son características propias de la piel,
naturales para ese tipo de piel, o si son verdaderamente defectos.
Siempre
al profesional le resultará de gran utilidad familiarizarse con
las peculiaridades de los géneros con que trabaja, para acertar
en la selección de los mismos. Y ello es ya determinante si se trata
ya de un profesional cuyo cometido es, precisamente, la selección
de los géneros; pongamos por caso el curtidor y, sobre todo, el
responsable de compras.
Pero también para el confeccionista, que
debe tener en cuenta el comportamiento de una pieza de piel en cada parte
de la prenda, la acertada calificación de la piel que utiliza tiene
una importancia definitiva para la durabilidad de su confección:
que no deforme en su estructura original, que resista al roce en aquellas
partes más expuestas y que mantenga los acabados.
En resumen, tengamos en cuenta que
la calificación de una pieza depende, también, de la acertada
identificación y valoración de sus defectos. Y esto vale
para toda pieza de piel en cualquier etapa de su vida, desde el matadero
hasta la mesa de corte o el taller de confección; incluso durante
la vida de uso de la prenda.
Nos vamos a dedicar ahora a aquellas
irregularidades de la piel que son defectos propiamente dichos. Dos grandes
tipos de defectos son, unos, los producidos en la piel durante la vida
del animal; otros, los producidos desde la muerte del animal hasta iniciarse
el proceso de conservación y, después, durante la conservación
y fabricación de las pieles y en los tratamientos de acabado. |